Escondí el anillo de casada en el
delantal y suspiré hacia adentro. Como ya no me temblaban tanto las manos, coloqué
el segundo tomate y comencé a cortarlo en trozos generosos al mismo tiempo que seguía
de reojo sus progresos con el pepino. Se notaba que era la primera vez que lo
hacía pero asombraba el manejo virtuoso del cuchillo y esa mezcla de seguridad
y falta de humildad que tienen los tiranos. Ahora mismo mostraba interés y
calma. Mis nervios desaparecían y el corte de la mejilla había dejado de
molestarme. Siguiente tomate. Siguiente Ajo. Cebolla. Pimientos.
“Claro que sí. Soy un dictador
muy educado. A veces creo que la gente tiene una imagen muy distorsionada de mí.
Una imagen que no es real. Yo solo quiero lo mejor para mí y los míos.”
“Efectivamente, para ti y los
tuyos pero… ¿Y los míos? Seguro que esa
es la razón por la que has huido y me tienes aquí contigo”. Pensé mientras metía
todos los ingredientes del gazpacho en la batidora de vaso que me regaló mi
hermana por mi segunda boda.
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