Cual Peggy Olson, te veo sentada
escribiendo estas líneas, como una secretaria aún por descubrir en la vida
agitada del Nueva York de los 50. No se debe a mi capricho, ni a mis deseos más
sucios y esquinados, sino más bien a la desdicha de unos patines sin freno y a
la práctica deportiva en edad avanzada. Pongo mis palabras en tus manos, así
como mis deseos, mis miedos y los nervios que esa cercana intervención
quirúrgica me provocan. Sé que no es mucho, que todo cirujano ha practicado
previamente tejiendo cientos y cientos de bufandas y jerséis de lana de Angora,
pero aún así se me cruzan las piernas. Ahora me doy cuenta de por qué no fui a
la guerra. No haber hecho la mili es un factor totalmente secundario.
Como te decía, volveremos pronto
al hogar. Mi aguja-fobia desaforada se convertirá en deporte, y el deporte
desaparecerá de mis peores pesadillas. La recuperación de los mercados no
fusionará ni mi cúbito ni mi radio, sólo el tiempo y la paciencia me ayudarán a
practicar la peineta con todo lo que en mi contra se vuelve y mis sueños
espanta.
Gracias por ayudarme a escribir
estas líneas, por escribir muy bien a máquina, y todo lo demás que tú ya sabes.